Del mito a la mercancía: la cultura como campo de disputa

¿Qué es la cultura? Esta pregunta ha llenado incontables libros de ciencias sociales, donde el consenso es escaso y depende en gran medida del paradigma desde el que se responda. La cultura puede manifestarse en el plano artístico —literatura, cine, teatro…—, pero también en las historias compartidas, los modos de comportarse, el lenguaje, los saberes comunes, los valores y las normas que cohesionan a una comunidad. La cultura, por tanto, se transmite, se produce y se reproduce.Definirla no es sencillo, pero aquí proponemos un punto de partida: la cultura es todo aquello que surge de la relación colectiva en el seno de las sociedades humanas. Es, en este sentido, un proceso relacional que solo cobra relevancia en virtud de nuestra forma connatural —y por tanto social— de habitar una realidad material.
La cultura está ligada a la materialidad y nuestra forma de organizarnos, pero va mucho más allá. La cultura evoca nuestros deseos y miedos, es un ámbito fantasmático conectado con el pasado, y también con los futuros políticos que pueden venir. Es por eso que la cultura, como veremos a continuación, es una dimensión de disputa irrenunciable.
Comprender cómo la cultura se transforma implica situarla dentro de los grandes procesos históricos, y uno de los más determinantes fue el surgimiento del capitalismo en estrecha relación con el proyecto ilustrado. La Ilustración, como movimiento social, político e ideológico, sentó las bases del liberalismo moderno y colocó la razón y el positivismo científico en el centro de las sociedades modernas. Max Horkheimer (1895–1973) y Theodor Adorno (1903–1969) señalaron cómo este proceso buscaba racionalizar el mundo y someterlo, a través de esa misma racionalidad, a los postulados de la modernidad y al proyecto civilizatorio del capitalismo europeo.
En este sentido, el término de «Esclarecimiento» utilizado por Adorno y Horkheimer, sirve para expresar el proceso por el cual la humanidad se va liberando de la parte más mística y religiosa y se va arrojando luz sobre los ámbitos que permanecían anteriormente como fenómenos naturales misteriosos y ocultos. En relación a esta parte más mística y religiosa el fenómeno de esclarecimiento es, en términos de la sociología de la religión, lo que el sociólogo Max Weber denominó el desencantamiento del mundo. Un proceso que como bien indica la palabra, logró despojar al mundo de toda un aura mágica, mística, mitológica y religiosa transformándolo en un lugar construido, narrativamente, por la razón, las ciencias y las filosofías.
Sin embargo, este proceso de esclarecimiento o desencantamiento del mundo no puede entenderse sin un cambio en la materialidad, en las formas de producción y en el auge de las narrativas científicas y las tecnologías industriales. Sobre esto, el epistemólogo Marià Corbí describe cómo el paso de sociedades agrario-autoritarias —la última fase de los paradigmas religiosos— a las primeras sociedades industriales —inicios de la modernidad— se erigió, desde los discursos racionales y tecnocientíficos, una barrera tecnocientífica —lingüística y material— que dificulta una relación sublime, absoluta, sensitiva o de asombro con la realidad.
Y esto no es un tema menor, ya que, desde una perspectiva postcapitalista (marxista y anarquista), la pérdida de lo sublime puede leerse como un efecto de la alienación producida por las relaciones capitalistas de producción, en las que la naturaleza y la experiencia sensible se convierten en mercancía. Recuperar la dimensión sublime de la realidad para poder vivir en y desde esta barrera tecnocientífica es, en la actualidad, uno de los objetivos que muchos postcapitalismos persiguen teorizando desde la idea de lo sensible —como pueden ser “Bifo” Berardi, Mark Fisher, Yuk Hui, Donna Haraway o Karen Barad—.
Siguiendo con este tema es interesante traer aquí un aporte más desde las postulaciones de Yuk Hui. Para este ingeniero informático convertido en filósofo la cuestión que subyace en estos procesos es un abandono de lo que él denomina una epistemología organicista. Según Hui, la Ilustración permitió el auge de la epistemología mecanicista, un conocimiento que lleva a la razón, la ciencia y la técnica a enfrentarse a la naturaleza.
En cambio, la epistemología organicista —que para este pensador era la propia de Asia antes de verse colonizada por la modernidad de Europa— es un conocimiento que el autor propone traer a las sociedades actuales, ya que es desde este saber organicista —y que implica a la sensibilidad— donde la ciencia, la razón y la técnica no se oponen a la naturaleza sino que se integran en ella usando la razón como instrumento de comprensión y no de control o dominio.
Mientras que el capitalismo o cibercapitalismo sigue apostando y asentado en una epistemología mecanicista —que desde la crítica marxista puede entenderse como una forma histórica de subordinación de la naturaleza y del trabajo a las necesidades de acumulación, y que la Escuela de Frankfurt, en especial Adorno y Horkheimer, conceptualizó como “racionalidad instrumental”—, los postcapitalismos deben apostar, desde la óptica de Hui, por una epistemología organicista posteuropea, un conocimiento que mire más allá de un mundo racionalista instrumental propio del Occidente capitalista.
Esta distinción epistemológica no es puramente teórica, pues se refleja también en las formas de producción simbólica. La epistemología mecanicista, en su versión capitalista, no solo organiza la economía material sino que moldea la cultura a través de la industria cultural, configurando una hegemonía en la que los imaginarios, deseos, sensibilidades y relatos son producidos para reproducir el orden existente.
En este sentido, lo que Mark Fisher denominó “realismo capitalista” no es solo una ideología, sino un horizonte estético y narrativo que limita la imaginación social y reduce lo posible a lo compatible con la lógica del capital.
La industria cultural, un concepto más que actual
La cultura es una producción humana colectiva, aquello que como especie nos permite hacernos viables en unas condiciones de vida determinas como es, en la actualidad, la materialidad tecnocientífica.
Sin embargo, los ya nombrados Adorno y Horkheimer ya habían teorizado la producción cultural a través del concepto de industria cultural, formulado en 1947 en su obra Dialéctica de la Ilustración. Aunque surgió en un contexto histórico distinto, este concepto cobra hoy un sentido renovado. Ambos autores lo emplearon para describir cómo, en el capitalismo, la generación y circulación de cultura se vincula con el mismo proceso de esclarecimiento o desencantamiento del mundo que hemos analizado previamente.
Sin embargo, conviene matizar que la crítica que aquí planteamos no se dirige a la Ilustración en su conjunto ni a todo el proyecto de modernidad, sino a cómo, en su despliegue histórico, estos ideales terminaron canalizándose hacia un capitalismo que ha reducido la razón a mera herramienta de control. El esclarecimiento del mundo, como señalamos antes, significó también una liberación respecto a las narrativas estrictamente mitológicas y la apertura de nuevas posibilidades de conocimiento y acción. De hecho, desde Spinoza hasta Marx, pasando por propuestas contemporáneas como el modernismo popular que reivindicaba Mark Fisher, encontramos un “gen” emancipador de la modernidad que aún hoy puede ser reapropiado para imaginar futuros no subordinados a la lógica del capital.
Es importante no desvincular estas dos caras del proceso: por un lado, la ruptura con las culturas basadas exclusivamente en relatos míticos; por otro, la emergencia de nuevas narrativas sustentadas en una racionalidad instrumental y técnica. Este es el punto donde Adorno y Horkheimer centran su análisis: cómo la cultura, bajo el capitalismo, pasa a convertirse en un instrumento al servicio del propio sistema, reforzando y naturalizando sus valores.
Ambos autores identifican tres preceptos fundamentales para comprender cómo la sociedad moderna se estaba estructurando a partir de un racionalismo tecnicista:
-La vida cotidiana se racionaliza, haciendo que el devenir de las personas sea cada vez más previsible.
-Los mitos ceden su lugar a la razón.
-El positivismo extremo envuelve las sociedades humanas: todo empieza a regirse por la técnica, la eficiencia y la eficacia científica y racional.
En consecuencia, Adorno y Horkheimer no cuestionaban la razón como tal, sino su deriva más nociva cuando queda subordinada a la lógica del capital. Por eso introdujeron el concepto de razón instrumental, con el que se referían a una racionalidad técnica sometida al capital y llevada al extremo, orientada exclusivamente a la eficiencia, el control y la previsibilidad. Este tipo de razón fue —y sigue siendo— un componente central para entender el desarrollo del capitalismo, no solo en el plano económico o tecnológico, sino también en la configuración del pensamiento crítico y en la propia constitución de los sujetos sociales. Hoy, sus efectos de alienación resultan incluso más intensos: la industria cultural ha ampliado su alcance mediante los medios digitales y las redes sociales, multiplicando la capacidad del sistema para modelar imaginarios, deseos y percepciones de la realidad, hasta el punto de naturalizar su dominio en todos los ámbitos de la vida cotidiana.
E aquí, después de lo explicado, cuando entra en juego la industrial cultural. Una industria conformada por los grandes medios de comunicación (TV, Cine, Radio, ahora podríamos decir que también los medios Online en Internet).
La industria cultural, como todo aparato generador de cultura empieza a generar valores, conductas, patrones, cosmovisiones, estereotipos, clasificaciones sociales… Pero según Adorno y Horkheimer esta nueva cultura producida en masa en los grandes estudios de Hollywood y las empresas publicitarias, son un ataque directo a la autonomía de pensamiento. La lógica del trabajo industrial impregna una de las esferas más significativas del pensamiento humano: la cultura y el arte, despojando de esta manera a las personas de su libertad de pensamiento.
Por tanto, lo interesante de ver en la industria cultural un concepto actual es que podemos ponerlo en diálogo con teorías más vinculadas a la cibernética. En este sentido recogemos aquí el concepto de dividuos propuesto por Deleuze en su Post-Escriptum de 1999 para explicar lo siguiente: si la industrialización hizo del sujeto un ser racional y esclareció el mundo, la irrupción de las tecnologías digitales de datificación ha convertido toda realidad en datos, incluido al propio individuo y colectivos que ahora devienen en datos y masas algorítmicas dentro de lo que el mismo autor denomina sociedades del control.
Pero este cibercapitalismo tiene una característica especial. Es un cibercapitalismo onlife —se manifiesta en lo online y lo offline al mismo tiempo— que genera toda una industria cultural en la red bajo parámetros de estandarización algorítmica, monetización del odio, heteronormatividad, misoginia y mercantilización de discursos nostálgicos que buscan la retroutopía. Es decir, traer a un presente continuo y estático un pasado ideal que solo está en las mentes de quienes ansían no cambiar nunca y mantener de manera porsiemprista (Tanner, 2024) sus privilegios de clase.
Las masas algorítmicas y los dividuos estandarizados han sido programados y el catálogo se abre a gran escala. La industria cultural puede generar la sensación de que somos libres, pero en realidad funciona con la lógica del puro marketing. La variedad de series, películas, obras de teatro y canales de YouTube, entre otras plataformas… están enfocadas a la variedad de consumidores que no de personas a las que llegar y hacer reflexionar. La libertad se esfuma y la jaula se adorna de un catálogo extenso de productos culturales.
Nos viene a la cabeza una sensación que últimamente nos ocurre a menudo todas y todos, y es que cuando entramos al catálogo de alguna de plataforma de series, muchas veces no sabemos cual elegir. Es algo que seguro que os pasa, una sensación de tener todo al alcance pero, sin embargo, a la vez una sensación banal de no tener nada. Adorno y Horkheimer seguro que tendrían algo que decirnos al respecto.
Artículo escrito por Jose Manuel Bobadilla y Álvaro Soler.
Bibliografía:
Adorno, T. W., & Horkheimer, M. (1947). Dialéctica de la Ilustración.
Berardi, F. (Bifo). (2011). Después del futuro. Buenos Aires: Caja Negra Editora.
Corbí, M. (2007). Hacia una espiritualidad laica. Barcelona: Herder.
Deleuze, G. (1990). Post-scriptum sobre las sociedades de control. En Conversaciones (pp. 233-239). Valencia: Pre-Textos.
Fisher, M. (2016). Realismo capitalista ¿no hay alternativa?. Caja Negra
Haraway, D. (2016). Seguir con el problema: Generar parentesco en el Chthuluceno. Bilbao: Consonni.
Hui, Y. (2016). The Question Concerning Technology in China: An Essay in Cosmotechnics. Falmouth: Urbanomic.
Marx, K. (1867). El capital: Crítica de la economía política.
Tanner, G. (2024). Porisemprismo: cuando nada termina nunca. Ed Caja Negra
Weber, M. (1919). La ciencia como vocación. Conferencia dictada en la Universidad de Múnich.