Lo sublime y el materialismo social

Lo sublime, es una noción que ha recorrido el pensamiento filosófico desde su formulación en el siglo XVIII, este concepto representa una experiencia que desborda lo ordinario, colocando al sujeto frente a una magnitud que lo desafía. Históricamente vinculado a la relación del ser humano con la naturaleza, el concepto ha evolucionado para capturar nuevas formas de otredad en un mundo donde las dinámicas sociales y económicas reorganizan el entorno y las percepciones. Este texto explora lo sublime no desde la naturaleza salvaje y majestuosa que asombraba a los románticos, sino desde un paisaje profundamente intervenido y modelado por las lógicas del capitalismo. Aquí lo sublime se desplaza hacia el ciberespacio, las estructuras del capital y la enajenación de la clase trabajadora, abriendo paso a un análisis que confronta la experiencia kantiana de lo sublime con las reflexiones críticas de autores postcapitalistas.
La naturaleza está antropizada totalmente, es decir sometida a la influencia humana. El sistema capitalista se presenta como una segunda naturaleza, una totalidad que domina y reorganiza todo lo existente bajo sus propias lógicas. En este contexto, la enajenación (sentirnos extraños en la propia realidad) alcanza niveles tales que percibimos la otredad absoluta no en lo natural, sino en las formas autónomas y reificadas de las relaciones capitalistas.
Ahora, lo sublime, ese concepto que en su origen kantiano remitió a la experiencia del límite entre nuestra finitud y nuestra capacidad de trascendencia racional, se manifiesta en un paisaje ciberpunk, en las estructuras hiperconectadas y descentralizadas del cibercapitalismo.
Para Kant, lo sublime era una experiencia de confrontación: la vastedad de la naturaleza o su fuerza desmesurada nos enfrentaba a nuestra vulnerabilidad física, pero también despertaba en nosotros la conciencia de una razón que podía abarcar, aunque abstractamente, aquello que nos sobrepasaba. O como dijo el anarquista ruso Mijaíl Bakunin, la realidad es aquello que puede ser captado por nuestros sentidos, pero nunca abarcado en su totalidad, pues lo sublime supera incluso nuestra imaginación. Lo sublime es, por tanto, una dialéctica entre la potencia de lo sensible —en tanto que muestra nuestra vulnerabilidad biológica y física— frente a la impotencia de lo racional, que muestra la incapacidad de abarcar la totalidad con palabras o conceptos. Pero en el realismo capitalista este vínculo entre lo sublime y la naturaleza ha sido desplazado por la lógica del capitalismo, que se erige como la nueva otredad absoluta; el gran otro ahora es el capital.
Por tanto, lo sublime ya no se encuentra en la relación no mediada lingüísticamente con las montañas, el océano, el basto paisaje natural o el cosmos, que se nos presentaban como esa vastedad sensible e inabarcable; sino en los flujos de datos, en la infraestructura global del capitalismo digital, en las grandes campañas publicitarias, en el inmutable número de series y películas neoliberales que la industria cultural emite en las plataformas de streaming, o en la opacidad de los algoritmos de las grandes multinacionales y fondos de inversión que gobiernan nuestra existencia proletaria.
En términos de Baudrillard y Fisher, la ilusión de la construcción capitalista ha transmutado en lo real, emergiendo la hiperrealidad de los datos como la nueva forma de lo sublime; todo aquello que no llegamos a comprender, que nos sobrepasa, hoy es lo tecnológico.
Siguiendo los análisis de la realidad cultural de marxistas como Fredric Jameson o Mark Fisher, esta transformación no es accidental. El capital, en su capacidad para subsumirlo todo, se convierte en una suerte de segundo ser, un sistema autónomo que opera con leyes propias y que se presenta como algo tan inevitable como la naturaleza misma.
El filósofo Martin Heidegger, en su crítica al dominio técnico, se acerca tangencialmente a esta idea, aunque desde una perspectiva profundamente reaccionaria. Para él, el peligro de la técnica radica en su capacidad para reducir el ser a un mero recurso, un disponible que despoja al mundo de su misterio. Sin embargo, Heidegger, al ensalzar lo que él percibe como un retorno al ser, reintroduce una concepción esencialista y mistificada que resulta profundamente problemática desde una óptica materialista.
Lo sublime en Heidegger sigue anclado en una visión arcaica de la autenticidad, desconectada de las estructuras materiales y sociales que determinan nuestra existencia; una autenticidad buscada en un pasado idealizado, enraizado en una concepción mística del ser como algo trascendental y eterno, desligado de las dinámicas históricas y materiales. Esta perspectiva, aunque crítica de la técnica, fracasa en abordar las verdaderas raíces de la alienación moderna: no es la técnica/tecnología en sí misma, sino su subordinación al capital lo que transforma el mundo en un conjunto de recursos disponibles, como precisamente ocurre en el capitalismo.
Heidegger, no olvidemos que miembro del partido Nazi, el cual jamás se retractó de los crímenes de dicho fascismo, al ignorar esta mediación, termina ofreciendo una crítica incompleta que, sin causar mucho asombro, puede ser apropiada por ideologías reaccionarias que anhelan un retorno imposible a un orden premoderno.
El filósofo e ingeniero informático Yuk Hui, comenta en su tesis doctoral La pregunta por la cosmotécnica en China, que en este retorno al ser de Heidegger, lo que se presenta es un regreso a casa. La irrupción de la tecnología industrial supuso, igual que las no ya tan actuales tecnologías cibernéticas (información computarizada, inteligencia artificial, biotecnologías e incluso internet) una ruptura con los marcos valorativos e interpretativos de la realidad social, es decir de cómo entendemos y cómo nos relacionamos en el mundo.
Frente a este desmantelamiento de lo que el antropólogo colombiano Arturo Escobar llamó los trasfondos de entendimiento modernos, pensadores como Heidegger o Kitaro Nishida, fundador de la escuela de Kioto y seguidor del pensamiento heideggeriano, enarbolaron una respuesta melancólica, conservadora y tradicionalista. La pérdida de significado y, consecuentemente, la pérdida de un mundo dado por sentado, llevó a la defensa de unos valores caducos y un enaltecimiento de lo sublime basado en nuevos mitos que desencadenó en el auge de los fascismos.
En consecuencia, Yuk Hui postula que hoy nos encontramos frente a la misma situación, responder en las ciberculturas a la pregunta por la técnica implica posicionarse en un postcapitalismo y en una reinterpretación de lo sublime no como algo metafísico, trascendental e irracional, sino como algo puramente sensitivo y humano.
El epistemólogo Marià Corbí defiende que lo sublime ha de estar ligado irremediablemente a las formas materiales de vida y es aquí donde para la humanidad se plantea la pregunta de ¿cómo construir una narrativa sobre lo sublime sin volver a la esencialización propia de las religiones ni las filosofías metafísicas o dualistas?, ¿qué es lo sublime para el postcapitalismo?
En este punto, es interesante destacar la figura de Simone Weil, filósofa francesa, ideológica y biográficamente en las antípodas de Heidegger, formó parte de la Columna Durruti durante la guerra civil española y perteneció a la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial.
Lo descrito de Weil a nivel biográfico nos conduce también a una visión articulada por esta francesa hacia una vía distinta para pensar lo sublime desde una perspectiva materialista y ética. Para Weil, lo sublime no reside en la grandiosidad técnica ni en una naturaleza idealizada, sino en la capacidad humana para resistir la opresión y para encontrar sentido en la solidaridad y la justicia. Frente a la enajenación del capital, Weil propone una conexión con lo real que no es mística al estilo de Heidegger, pero sí relacionada con una cualidad humana, sin dejar de lado además las condiciones materiales de la existencia.
Para nosotros, Simone Weil es un antídoto perfecto para el autoritarismo de Heidegger y la construcción de los fascismos, porque su crítica gira precisamente hacia la deshumanización de las relaciones modernas, y nos invita a repensar lo sublime no como una experiencia individual, abstracta y ontológicamente inaccesible, sino como una praxis colectiva que debe desafiar las estructuras de dominación; accesible por tanto desde lo axiológicamente solidario, común y compasivo; y, por tanto, desde una sociedad de propiedad comunal.
En la actualidad, el cibercapitalismo ha desplazado lo sublime hacia la hiperrealidad del tecno-capital, una forma de trascendencia que ya no tiene como horizonte la naturaleza, sino la tecnología y sus promesas de infinitud dentro del mercado. Poniendo un ejemplo lo entenderemos mejor: El transhumanismo neoliberal promueve la idea de cambiar a los seres humanos mediante la tecnología, fusionándose con máquinas para fines de entretenimiento y para explotar a las personas, animales y ecosistemas. En lugar de cambiar los valores que guían el comportamiento humano, prefieren modificar la genética humana y aceptar la idea de una singularidad tecnológica. Esto no representa una liberación del capitalismo digital, sino una adaptación sumisa al control del tecno-capital en una realidad hiperrealista. Sin embargo, esta tecno-trascendencia no libera, sino que encierra; no conecta, sino que fragmenta. El desafío, desde una perspectiva marxista o anarcomarxista, es desentrañar estas dinámicas y reimaginar lo sublime como un espacio para la emancipación, no como la aceptación resignada de un sistema que se presenta como absoluto.
Lo sublime en el postcapitalismo ha de liberarnos del encierro sobre cualquier programación o narrativa, pero asumiendo, por parte de la humanidad, que el autodominio colectivo se basa en una narrativa que no esencialice ni naturalice, sino que permita la sobrevivencia colectiva de la propia especie humana en unas condiciones materiales de existencia concretas, opuestas dialécticamente a las capitalistas.
Entonces, lo sublime, es decir, la relación con la totalidad y la propia existencia, debe ser entendida no solo como algo que provoca pavor, sino como una potencia de liberación colectiva. Por tanto, si comprendemos esto, huiremos de la construcción de nuevos ídolos, nuevos mitos, nuevos rituales; y abrazaremos la comprensión de que lo Real no está al servicio de las lógicas, intereses y deseos del cibercapitalismo.
De esta forma, una nueva comprensión holística de la realidad desde este punto de vista nos permite poner a través de una lógica ética a las tecnociencias al servicio de la naturaleza y la calidad de vida, pues lo sublime, como materialismo sensible, impone pensar en interdependencia la tríada tecnociencia-especie humana-mundo.
En consecuencia, recurriendo nuevamente a Fisher, defendemos que cualquier esencialización o naturalización de la naturaleza no deja de ser una proyección del funcionamiento del mundo-humano al mundo-natural. Por ende, lo sublime, lejos de cualquier proyección religiosa, mítica o psicológica humana es la captación de lo real libre de interpretación es, usando un lenguaje metafórico, el transcurso de la vida haciéndose a sí misma.
Podríamos decir, por tanto, que la vida humana es la construcción constante de sentido en una dialéctica con lo sublime. La vida deja de ser humana cuando el cibercapitalismo, entendido como una fuerza externa que domina todo, controla a las clases trabajadoras a través de sus lógicas de explotación, mercantilización y búsqueda de ganancias. Este sistema convierte a las personas en meros instrumentos para generar capital, quitándoles su autonomía y despojándose de la posibilidad de soñar con un futuro mejor o de construir un sistema social diferente. En lugar de vivir de manera emancipada donde tengan una verdadera agencia política sobre su vida, las personas se ven atrapadas en un ciclo de trabajo, consumo y violencia que las aliena, impidiéndoles imaginar una sociedad más justa o una vida sin las presiones del sistema económico actual.
Lo sublime, en lugar de ser una herramienta de control y sumisión y naturalización de las jerarquías, será un principio de emancipación de todas las narrativas alienantes, pues capacitará a las clases trabajadoras para poder construir su propia narrativa colectiva basada. Por ejemplo, en una visión de una realidad en la que los trabajadores sean los dueños de los medios de producción y puedan organizarse libremente, sin la opresión de un sistema económico que los despoja de su poder. Esta sociedad, basada en la propiedad comunal y la autogestión, permitiría que las personas se liberen de las estructuras jerárquicas impuestas por el capitalismo, abriendo la puerta a una organización colectiva que priorice el bienestar humano por encima de la explotación.
En este sentido, lo sublime no sería algo ajeno o inalcanzable, sino un sentir propiamente humano donde la interdependencia y la construcción consciente de un horizonte colectivo, permita a todos alcanzar una vida plena, libre de la alienación del sistema actual; y que solo se puede alcanzar con la lucha de clases.
Bibliografía:
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